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M45T3R
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11:50miércoles, 22 de agosto de 2012
En un México convulso y cada día más sangriento, donde el valor de la vida se reduce a la nada, el culto a la muerte ha hecho de la necesidad de fe una manera de vivir.
Hace 10 años, en un rincón del barrio de Tepito, en el corazón de la capital mexicana, La Santa Muerte, vestida a modo de las vírgenes católicas (aunque la Iglesia no reconoce este culto), sale de "su hogar" e invade las calles congregando a miles de seguidores.
Este altar de Tepito se ha convertido en el centro de peregrinación más importante de México. Multitud de personas de toda clase y condición se agolpan ante la imagen, para rezarle primero a Dios y después a la Santa Muerte.
El culto de la Santa Muerte se remonta, según los investigadores, a 1795. Se sabe que indígenas de un poblado del centro del país, adoraban a un esqueleto al que llamaban Santa Muerte y que estos ritos permanecieron ocultos en los dos últimos siglos.
La crisis económica de 1995 expandió de forma explosiva este culto, tan fascinante para muchos mexicanos como sorprendente para los profanos. A ojos de los incrédulos, no se trata más que de un esqueleto humano, vestido con un manto. Sin embargo, para sus fieles, La Niña Blanca, la imagen de la muerte, es su máxima protectora. "Ella es la balanza de la vida, la que pone a cada uno en su sitio, la que está siempre dispuesta a echarte una mano y a sacarte de los muchos problemas cotidianos", nos cuenta un devoto de la imagen.
La Muerte encabeza las procesiones, seguidas por el fervor, la pasión y la devoción de los fieles, que llenan por miles las calles. La portan con orgullo, la bendicen con polvo de oro, la limpian con mezcal y la purifican con el humo de diversas hierbas.
El documental "La Niña Blanca" muestra un panorama antropológico excesivo y contradictorio, casi imposible de entender si no se habita en un México, lleno de sufrimiento en el que casi todo juega a la contra y donde no se le teme tanto a la muerte, como se le teme a la vida.
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